Asociación Atlética Quimsa

Santiago del Estero (Santiago del Estero)

LNB · 04 de April de 2021

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Franco Baralle, de mascota de equipo a campeón de América

Una vida de aprendizajes. Sus inicios, el día que se entrenó con Milanesio y Campazzo, las dudas sobre el profesionalismo, el amor por Atenas, su llegada a Quimsa y la convocatoria para el seleccionado.

Elías Mauro - Prensa CABB

“Fueron muchísimas cosas en poco tiempo. Cuando levantamos la copa, se me pasaron mil cosas por la cabeza, que todavía no puedo asimilar. Eran muchos meses sin jugar, un club nuevo, y de repente ser Campeón de América. Y como si fuera poco, en seguida vino el llamado de la Selección”. Para ser uno de los mejores del continente y ganarse el privilegio de vestir los colores de Argentina, Franco Baralle debió atravesar muchas circunstancias, buenas y malas, que le fueron marcando el camino para llegar adonde está hoy. Con 22 años recién cumplidos, es un chico con la madurez de un treintañero, aunque para él todavía le falta mucho en ese aspecto. La Chanchita, apodo heredado de su abuelo y de su papá, recorrió su historia con Prensa CABB, en una nueva entrega de #TalentosDeLiga.

“Arranqué a los cinco años y era obvio que iba a empezar en Atenas, porque mi familia estaba muy vinculada al club. Mi abuelo Eder fue jugador y después presidente; mi papá Germán también jugó muchos años ahí, y fue campeón de la Liga Nacional dos veces. No podía jugar en otro lado. Mi mamá, Laura, jugó, pero en el Club Rieles, hasta que me tuvo a mí. El club es mi segunda casa”, señala Franco como puntapié inicial para el repaso de su carrera.



Como la mayoría de los chicos de su generación, Baralle pasó mil horas en el club durante su infancia. “Era una perdición para mí. En enero y febrero, cuando no había básquet, iba a la escuela de verano, y estaba todo el día ahí”. Durante algunos años, su corazón se dividió en dos entre el básquet y el fútbol: “A la pelota jugaba en mi colegio, el Robles, que jugaba la liga intercolegial, y también me gustaba, pero para mis viejos era mucho. Los sábados a la mañana era ir a jugar al fútbol, comer algo, cambiarme e ir a jugar al básquet. Era todo el día, hasta la noche, y llegó un momento que tuve que elegir. Me quedé con las Topper de lona”, recuerda Franco entre risas.

La mascota de los veteranos

Su apellido estuvo muy ligado al club de sus amores, y también a su deporte. Si bien su mamá no jugó más desde su nacimiento, Franco iba siempre a la cancha cuando su papá tenía partido. “No llegué a verlo profesionalmente, pero sí en el torneo amateur de +35. Vos no te imaginás lo que era el torneo ese: lo organizaba el Zurdo Miravet, que fue técnico de Atenas, y mi viejo jugaba en un equipo que se llamaba Amoblamientos Argentinos, que a veces iban a jugar algunos que estaban medio tirados como por ejemplo Mario Milanesio, Pichi Campana, el Mili Villar o Donald Jones”, detalla.


“Yo era como la mascota del equipo. El único momento que tenía para lucirme era los minutos, y cuando terminaba un cuarto, que iba, tiraba al aro, agarraba la pelota y me volvía a sentar”, reconoce el base añorando sus instantes de gloria. E inmediatamente agrega: “Mario jugaba caminando y metía ocho triples por partido. Para colmo, al ser tan bueno, se quedaba arriba y no volvía a defender. Entonces agarraban el rebote, tac, pase a Mario, triple. Y así se hartaron de ganar partidos, eso era muy lindo. Para mí era esperar que llegue el domingo e ir a ver a mí papá”.

La idolatría que siente Franco por su padre traspasa la pantalla del Zoom en cada oración: “Me hubiese gustado verlo jugar en la Liga, pero por suerte se apartó a tiempo, porque la tenía medio complicada peleando el puesto con Marcelo (Milanesio). En ese caso, le hubiera dicho: ‘Papi, salí, que juegue él los 40”, enfatiza entre carcajadas.

Córdoba: cuna de bases

En ese momento de la charla, el actual base de Quimsa admite que Milanesio le insistió mucho tiempo a su padre Germán para que lo lleve a entrenar con él, y a pesar de la vergüenza, un día finalmente aceptó. “Esto fue en el receso de 2017, veníamos de una de las peores temporadas con Atenas, y no me podía permitir pasar un papelón adelante de él. Yo todavía era juvenil, y me contaba con rabia que no podía entender que su equipo jugara de esa forma. El tipo sentía lo que le pasaba al club, y yo no sabía dónde meterme. Se nota que sigue siendo un cable a tierra para él. Debe haber muy pocas personas que sientan el deporte como él lo hace”, precisa.

Sin embargo, ese no era el final del capítulo, porque aún quedaban renglones por llenar en esta historia de bases cordobeses. Al terminar una de las prácticas, Marcelo se acercó a Franco y le comentó que al día siguiente iba a ir a entrenar un tal Facundo Campazzo. ¿La respuesta? “Ni loco me lo perdía”.

“Ese día caí un rato antes que Facu, y Marcelo me contó qué es lo que quería entrenar. ‘Él tiene que mejorar el tiro de jump-shot. ¿Vos lo viste tirar? Tiene que practicarlo mucho, tira de abajo, muy mal’, me dijo y yo me quedé como en shock. ‘¿Vos se lo vas a decir?’, le respondí... Pensá que yo tenía 17 años, la dureza mental no la tenía, y te das cuenta cuando una persona la tiene, como ellos. Marcelo fue, se lo dijo, y Facu lo aceptó muy naturalmente. Ese día practicamos mucho eso, la salida del pick and roll y el tiro. Fue una de las mejores experiencias de mi vida”, recalca el joven.



El chip del profesionalismo: colegio, básquet y Liga

Franco tuvo su primera citación a la Preselección argentina cuando era U15. “Ese fue el último año que cursé en el colegio, yendo de forma diaria. Todo ese ciclo estuve peleando con mi mamá, intentando que entienda que yo me quería dedicar a esto, y llegué a tener 30 faltas, entre los viajes y todo, porque entrenábamos semanas enteras, más las concentraciones”, describe.

“Fue una lucha constante porque siempre me decía que primero el colegio y después el deporte. Yo eso lo tenía en claro, pero quería buscar una alternativa, para no dejar de lado el deporte. Mi papá estaba en el medio, sabía que si se ponía de mi lado, ella se iba a enojar, pero él quería que yo juegue. Por suerte terminó aceptando cuando terminó ese año, el cuarto de la secundaria. Y entonces el siguiente lo empecé en un colegio para deportistas con Mateo Chiarini y Leo Lema, que terminamos rindiendo las materias libre”, recuerda.

Justo en aquel año, el base empezó a jugar con el equipo de Liga, dirigido, en ese entonces, por Marcelo Arrigoni, aunque después asumió el Zurdo Miravet. “Fue una de las últimas temporadas que le fue bien al club, que termina perdiendo con el Quimsa campeón de 2015”.

“¿Qué estoy haciendo?”

Después de unas temporadas sin poder afianzarse en el equipo, llegó Arduh al banco, y ahí empezaron a tener minutos los juveniles, pero los resultados no fueron los esperados. “Nos fue mal, zafamos del descenso con lo justo, y no te voy a decir que la pasábamos bien, porque te estaría mintiendo. Estábamos jugando con la historia del club”, relata Baralle.

Luego llegó Nico Casalánguida al equipo griego, donde armó un plantel de grandes nombres. “Cuando terminó la temporada con el Turco, que me ponía mucho, yo pensaba que podía jugar, porque había tenido buenos partidos, pero no era así. Era chico y no me daba cuenta. Adelante mío estaban Cantero y Donald Sims, y no había ninguna forma de que pudiera entrar, por eso empecé a buscar la posibilidad de irme en enero”, admite la Chancha.

“Quería ver otras cosas, quería tener minutos. No quería jugar la Liga de Desarrollo porque ya no tenía el mismo nivel de los años anteriores, donde estaban los Whelan, los Vaulet, los Corvalán”, rememora. Y así apareció la oportunidad de ir a Rocamora, donde el base fue con los ojos cerrados: “Fui y no sabía que el equipo estaba peleando por no descender, imagínate… Cuando estaba en el micro, viajando, pensaba: ‘¿Qué estoy haciendo?’. Era la primera vez que salía de mi casa, pero es parte de esto, y se aprende”.

“Esa sensación me duró hasta el primer entrenamiento, porque ese día ya me sentí parte de un grupo, cosa que no me estaba pasando en Atenas. La verdad me fue muy bien, y terminamos zafando del descenso, aunque después ningún equipo perdió la categoría. Fueron cuatro meses que me sirvieron un montón, donde hice un clic en la maduración, en el poder liderar un equipo, y pude foguearme con gente con experiencia, que era lo que quería”, subraya Baralle.

La vuelta a Atenas para seguir aprendiendo

Después de cuatro meses, Franco volvió a Córdoba y el Verde cayó en semifinales de la Liga 17/18 contra San Martín, aunque él no se sentía parte de ese plantel. La situación cambiaría para la temporada siguiente, cuando el club decidió que la base del equipo fuera conformado por jóvenes y con sólo cinco mayores: Walter Herrmann, Fernando Martina, Nicolás Romano, Juan Fernández Chavez y Larry O’Bannon.

“Me habían dado mucho en poco tiempo, en comparación a la temporada pasada. Venía de ser subcampeón del Argentino de Clubes U19 y ese envión me sirvió en el Súper 20, pero en la Liga arrancamos muy mal, 0-4 antes de las fiestas. Cuando empezás así, es muy difícil poder meterte otra vez, y después incluso terminamos peleando el descenso con Quilmes”, afirma.



“Fue una temporada que me sirvió muchísimo. La pasé muy mal porque soy hincha del club, y al club le iba mal. Hubiera sido estar en la historia negra de Atenas. Es un club que jugó todas las ligas que hubo, entonces imaginate ser el equipo que lo mande al descenso, era muy fuerte. Yo pensaba: ‘¿qué les estará pasando por la cabeza al Pichi o a Marcelo?’. Estábamos jugando con la historia que hicieron ellos”, enfatiza Baralle.

A mitad de temporada se sumó Maxi Stanic, quien fue fundamental para él: “Si no hubiera venido, la hubiera pasado peor. Me ayudó mucho con la forma de ver el juego, el manejo de los grupos. Me dio mucha tranquilidad. A veces estábamos en momentos críticos de partidos, y todos pedían jugadas. El Turco me pedía una cosa, Bruno (Lábaque) otra, y yo me apoyaba en él, que estaba lesionado afuera y quizás podía ver la cosas con más claridad que yo. Y cuando volvió a jugar también, porque empezó a llevar él equipo adelante y también aprendí de eso”.

La llegada a Quimsa

Cuando se empezó a hablar de la vuelta de la Liga, en el contexto pandémico, Franco no logró llegar a un acuerdo con Atenas. Él le comentó a la dirigencia del club acerca de una oportunidad en Quimsa, la cual quería aprovechar y que finalmente se terminó concretando tras un tire y afloje entre los clubes. “Era un paso muy importante para mí el poder estar en una competencia internacional, en un equipo que tenía muchas aspiraciones. Por suerte me fui bien de Atenas, y la gente, lo que es el club, siempre va a ser lo mejor que me pasó”, sostiene.

Cuando llegó a Santiago, en su horizonte sólo estaba la Liga Nacional y Sebastián González preparó los entrenamientos de forma progresiva dado el tiempo sin actividad que acumulaban los jugadores. Pero de un día para el otro, se conoció la noticia de que se definía la Champions, y ahí no quedó otra que empezar fuerte. “Nos armamos muy rápido para el torneo, aunque era una incógnita el tema extranjeros, por el ingreso al país, que por suerte se terminó dando, aunque sólo tuvieron dos prácticas antes de la semifinal con San Lorenzo”, relata el jugador.

“Todo era una competencia, y ninguno tenía claro su rol en el equipo. Era un partido definitorio y el mejor iba a estar en la cancha, era así. Por suerte tuve un buen debut, y Nico Copello la rompió toda contra Flamengo. Me costó el arranque, muchos nervios, volver a jugar, debut en Champions, y después ya me solté. Creo que a todos les pasó lo mismo, por eso después pudimos remontar el partido, y terminar ganando el Torneo”, describe.



El llamado de Piccato

-¿Pensás que hubieras sido convocado a la Selección si te quedabas en Atenas?
-Creo que Quimsa me llevó a empezar a mostrarme, y en parte, en los partidos de Champions, pude mostrarme y me ayudó mucho. No te digo que no porque creo que había hecho una buena temporada con Atenas, pero creo que venir a Quimsa y pelear por cosas importantes sirvió mucho más.

Franco todavía no había podido sacarse el chip de la BCL Americas y cambiarlo por el de la Liga cuando de repente le llegó la citación para las ventanas clasificatorias de la AmeriCup, una convocatoria que no se esperaba más allá de los rumores. “Lo disfruté muchísimo, me tocó jugar más de lo que esperaba, el equipo no estaba jugando tan bien, y me tocó tener buenos minutos”.



El base de Quimsa vistió los colores de Argentina en el Sudamericano U15 de 2014 (medalla de plata), en el FIBA Américas U16 de 2015, Mundial U17 de 2016 en España y en el Sudamericano U21 de 2019 de Tunja, donde fue parte del quinteto ideal del certamen. Pero, sin dudas, esto es un paso más.“Puedo terminar mi carrera y decir que debuté. En la Mayor es un proceso muy distinto a las menores. Antes éramos jugadores formándonos, y ahora somos consagrados, es nuestro trabajo. Traté de aprender de todo, desde los compañeros, hasta el Cuerpo Técnico y Médico, porque se sigue el legado de lo que se viene trabajando todos estos años. Es muy lindo que se siga con la misma línea de juego que los subcampeones del mundo”.

Argentina tiene bases para rato, y eso no es noticia, pero Baralle lo tiene bien en claro: “Me gusta ver jugar a Campazzo, Laprovittola y Vildoza. Se aprende mucho. Creo que estando ellos a semejante nivel te da cierta tranquilidad de los bases que se forman acá, y de que se empiecen a fijar en nosotros. Me motiva pensar que ellos en algún momento estuvieron en mi lugar, que les tocó debutar, y que también tuvieron que ganarse su lugar. Yo lo estoy viviendo así”, concluye la Chancha, enfocado ya en lo que serán sus primeros playoffs de Liga Nacional y buscando repetir el título en la BCLA.

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